Hugo era un vendedor excelente que por avatares de la vida se encontraba en situación de desempleo. Su empresa había cerrado hacía un par de meses y desde entonces se encontraba buscando trabajo desesperadamente. A través del amigo de un amigo supo que en una empresa de medias, pantys y minimedias estaba buscando un delegado comercial para la zona de Cataluña. Hugo no conocía absolutamente nada del sector, pero no le importaba, necesitaba trabajar. Al fin y al cabo, pensaba él, el buen vendedor puede vender cualquier cosa (porque tú, lector, también piensas eso, ¿verdad?).
Tras un par de entrevistas (con la empresa de selección primero y director general de la empresa en cuestión después) lo cogieron. La verdad es que Hugo se vendía muy bien, tenía claras las palabras mágicas (compromiso, trabajo en equipo, reto, perseverancia, esfuerzo, actitud…) que el entrevistador deseaba oír y que decantarían la balanza en favor de su candidatura por encima de otras que además procedían del mismo sector.
En su anterior trabajo Hugo había ejercido durante diez años como vendedor de servicios de publicidad, siempre con éxito. Sabía como nadie proyectar en la mente del empresario los resultados que éste iba a lograr con esa “pequeña” inversión que se le requería. Ahora tenía que vender un producto, y además un producto…femenino. En la mente de Hugo, el rosa era para las niñas y el azul para los niños, así como las muñecas y las pistolas respectivamente. Con esa estructura mental se le hizo bastante difícil asimilar las explicaciones de producto (diferenciación entre media, panty y minimedia, opacidad de las mismas tomando como medida los deniers, medias antideslizantes, de descanso, pantys anticarreras, antideslizantes, de cintura alta, baja, pushups que elevan las nalgas hasta el infinito y más allá, con braguita de encaje, rombo higiénico y un largo etcétera). La verdad es que hablar de todo eso se le hacía bastante incómodo a pesar de que todos los vendedores de la empresa eran hombres (a excepción de una única mujer). En cualquier caso, la formación finalizó y comenzó a visitar clientes con su maleta llena de muestras. Se sentía como una especie de pervertido con semejante “equipaje”, temiendo que se le cayera un día la maleta al suelo en la vía pública y ésta se abriera mostrando al mundo su contenido mientras los allí presentes cuestionaban sus gustos. Una vez en la mercería (éstas sí regentadas mayoritariamente por mujeres) exponía Hugo los argumentos, con escasa convicción por otra parte, que ensalzaban su producto. Incluso hablaba de la extraordinaria comodidad de ciertos pantys, “son comodísimos” decía él con la boca pequeña al mismo tiempo que la compradora se preguntaba si se los habría probado (de la utilidad del rombo higiénico prefería no decir nada). De hecho, una vez, cansado de hablar sin saber, llegando a casa y aprovechando que no estaba su mujer, sacó de la maleta varias muestras y se las probó (quería comprobar de primera mano las excelencias de su producto). Estaba mirando en el espejo el efecto pushup (que por cierto, le encantaba) cuando llegó su mujer y lo vio de esa guisa. La mirada lo dijo todo, no hicieron falta palabras. Ese fue su punto de inflexión, hasta ahí había llegado la cosa.
Habían pasado cinco meses cuando Hugo decidió dejar el trabajo, ¡sin tener otro! El motivo no fue que Hugo careciera de las capacidades técnicas que se le requieren a un vendedor. El motivo fue que Hugo no se sentía identificado con el producto, se sentía incómodo, muy incómodo, con lo que vendía. Es importante que al vendedor le guste lo que vende. Parece de perogrullo pero la verdad es que está lleno de casos en los que al vendedor no le emociona lo que comercializa. Hugo tuvo la gran suerte de que detestaba rotundamente lo que vendía (si no, no hubiera salido de su zona de confort) y este sentimiento extremo lo impulsó a buscarse una alternativa que posteriormente resultó ser lo que estaba buscando (actualmente se encuentra en el sector del automóvil, un sector que le apasiona, y obteniendo excelentes resultados). Sin embargo, ocurre en innumerables ocasiones que el vendedor no siente el rechazo que sintió Hugo pero tampoco siente una gran atracción por lo que vende. Desafortunadamente para él (ella) ni siente ni padece y esto hace que no tenga la necesidad de cambio, sin darse cuenta de que difícilmente alcanzará la excelencia si no vende algo que le apasione. Eso no quiere decir que si estamos sin trabajo y se nos presenta una oportunidad de comercial como Dios manda, aunque el sector no nos apasione, no optemos al puesto (las facturas no entienden de preferencias) pero a la larga (y con la tranquilidad de la nevera llena) tendríamos que ir acercándonos a aquello que nos haga sentir de verdad. Con este discurso no discuto que dependiendo del carácter más o menos sensible del vendedor éste pueda llevar a cabo un desempeño correcto a pesar de vender algo que no le guste, pero tengo meridianamente claro que si no le apasiona aquello que vende… ¡nunca podrá ser el mejor! ¿Serías tú capaz de vender cualquier cosa?
Perfecto ejemplo y entretenida lectura, Ramón. Sigo leyendo tu blog y aprendiendo de tí. Un saludo
Me gustaLe gusta a 1 persona
Muchas gracias por tus palabras José Antonio. Un saludo.
Me gustaMe gusta
Totalmente identificada con Hugo, personalmente siempre he tenido muy claro que no puedo vender cualquier cosa. En estos meses que llevo al paro, he probado a vender varias cosas pues como dices las facturas no esperan. En una de estas mini experiencias vendí chorizos. Me hacía gracia e incluso elaboré algún chiste político que otro que les contaba a mis más allegados. Era una venta totalmente distinta a la que había realizado hasta entonces -más consultiva y en despachos-. Distinta forma de vestir, de hablar, de relacionarme. La verdad que me divertí y conocí, aunque brevemente un sector con el que nunca había trabajado que es el de la hostelería. El problema vino cuando descubrí las mañas de la empresa que me había contratado en relación a fechas de caducidad. No, no puedo vender cualquier cosa y sobre todo si va en contra de mis valores y de lo que mis padres me inculcaron. Como siempre Ramón, gran artículo. Me he reído mucho imaginando a Hugo con las medias y la cara de su mujer 😉
Me gustaMe gusta
Muchas gracias Susana por tus comentarios. La verdad es que el tema chorizo da hoy en día para mucho chiste. Un saludo 😉
Me gustaLe gusta a 1 persona