El vasallaje de la razón a la emoción

Hoy quiero presentarte la historia que aconteció a una familia que conocí hace unos años y que me pareció maravillosa. Se trata de la entrañable familia Brain, compuesta por un abuelo, un padre y un nieto (viudo el primero, separado el segundo y soltero, pero no entero, el último).

Vivían todos bajo el mismo techo y eran de carácter muy diferente, es lo que tienen las distintas generaciones. Estaban todos estrechamente unidos y aunque la última palabra la tenía el abuelo, hijo y nieto luchaban siempre por salirse con la suya.

El abuelo se llamaba Reptiliano, era muy anciano y se dejaba llevar por sus instintos más primarios, todo lo que le había importado en la vida era la supervivencia y que sus genes se propagaran, nada más, así de básico.

El hijo de Reptiliano, sin embargo, un tal Límbico, estaba hecho de otra pasta, era tremendamente emocional y se dejaba llevar por sus sentimientos e impulsos, era poco predecible y cambiante, totalmente inconsciente.

Límbico tuvo un hijo, nieto de Reptiliano, al que puso por nombre Neo (en su carné de identidad reza Neocórtex). Quizás no te lo creas, pero éste no tenía nada que ver con su padre ni su abuelo, entiendo que había heredado el carácter de su madre, ¡vete tú a saber! Era extremadamente racional, reflexivo, muy lógico. Podríamos decir que era el único que aportaba consciencia a la familia.

Abuelo, padre e hijo formaban un gran equipo, estaban muy unidos y cada uno tenía su rol bien definido dentro de la familia. Sí es cierto que muchas veces discutían, puntos de vista distintos, pero al final siempre se ponían de acuerdo. Resultó que un día, hará casi veinte años, se encontraban los tres sentados frente al televisor viendo una de esas raras series que cautivan a jóvenes y ancianos por igual cuando tuvo lugar una de esas múltiples interrupciones que aprovecha la televisión para lavarnos el cerebro. Iban a aprovechar la pausa para ir al lavabo y/o la cocina cuando de repente les sorprendió el primer anuncio del bloque publicitario. Algo llamó su atención, no era un anuncio como los demás. Se trataba de una conocida marca de coches que apelaba directamente a la emoción, transmitiendo sensaciones de paz, libertad y de satisfacción al conducir. Era novedoso porque dejaba de lado las características que tanto gustaban a Neo. Esa mano que aparecía fuera de la ventanilla del coche, jugando con el aire, adaptándose al viento, dejó a Límbico boquiabierto ante tal amalgama de sensaciones.

Días atrás habían estado hablando sobre la necesidad de cambiar el coche así que ese anuncio cayó como llovido del cielo. Fue amor a primera vista, Límbico había caído enamorado irremediablemente. Lo tenía claro, ése iba a ser el coche que iban a comprar, aunque habría que convencer primero a Neo (no iba a ser fácil) y luego a Reptiliano, que al final era el que iba a tener la última palabra (iba a pagarlo con sus ahorros) aunque éste último no representaba un problema siempre y cuando Límbico y Neo llegaran a un acuerdo.

 

Como no podía ser de otra forma, Neo empezó con sus objeciones racionales, diciendo que no hacía falta gastarse tanto dinero, que había otros coches de iguales características más baratos, que su economía no era tan boyante como para llevar a cabo ese desembolso económico. Límbico ponía el grito en el cielo, exasperado al ver que Neo no lo entendía.

Pasaron los días y no habían llegado a ningún acuerdo, las discusiones se sucedían cada vez con más frecuencia y más agrias. Un día, en plena discusión y con la tele encendida, se volvió a oír esa musiquita simple y repetitiva con el sonido del viento de fondo que tanto había cautivado a Límbico. En ese mismo momento Límbico explotó, golpeó la mesa con puño firme e hizo añicos el cristal que la cubría al mismo tiempo que gritaba a Neo: Yo tomo las decisiones en esta casa y tú te encargas de justificarlas; la próxima vez que me vengas con datos, haz que avalen la decisión que yo he tomado. Neo no tuvo más remedio que agachar la cabeza y acatar las órdenes de su padre. Al abuelo, Reptiliano, tal y como preveía Límbico, no resultó difícil convencerlo y hacer que reaccionara, bastó con hablarle del descuento que obtendría ese mismo mes si lo compraban ya. Un mes más tarde Límbico sacaba su propia mano por la ventanilla de su nuevo coche con una gran sonrisa dibujada en su cara mientras Neo mostraba un gesto torcido y de resignación al mismo tiempo. Reptiliano se encontraba en el asiento de atrás, callado, vigilante.

Así fue como Neo aprendió que la razón está siempre al servicio de la emoción, que es vasallo y no señor. Podemos disfrazar nuestras decisiones de razonamiento pero al final, detrás de la máscara, encontrarás aquello que realmente mueve al ser humano.

Nota: Esta historia toma como base la teoría del cerebro triúnico de Paul MacLean, médico y neurocientífico norteamericano del siglo XX, en la cual propone que el cerebro humano es en realidad tres cerebros en uno: el reptiliano, el sistema límbico y la neocorteza.

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