La ética del vendedor no está en venta.

Apreciado colega,

La persona que eres hoy es el resultado de la persona que decidiste ser ayer. A lo largo de nuestra carrera profesional nos topamos con situaciones que nos obligan a tomar decisiones de carácter ético. Decisiones que no siempre son fáciles ya que en muchas ocasiones se debaten entre lo fácil e inmediatamente ventajoso y lo difícil pero moralmente satisfactorio, especialmente a largo plazo. Y es que los pequeños desvíos en el camino acaban llevándote allá donde nunca quisiste estar.

Brevemente te contaré un hecho que me sucedió hace mucho, mucho tiempo. Corría el año ´98 y por aquel entonces yo vendía cursos de inglés en una academia de Barcelona. Te pondré en situación: era el último día del mes de enero y me encontraba a sólo una matrícula de conseguir mi objetivo personal. El cumplimiento de esa cuota de ventas significaba 30.000 ptas. en concepto de prima (cifra nada desdeñable en aquella época) y el siempre anhelado reconocimiento de tu jefe de ventas, aquel que puede señalarte con el dedo para bien o para mal. Un sudor frío recorría mi frente; apenas a unas horas del cierre de mes y era el único vendedor del centro (y éramos seis) que todavía no había alcanzado su objetivo. Estando en esa tesitura me llaman de recepción y me comunican que tengo una visita. Ya había tirado la toalla, me habían fallado un par de visitas con las que contaba alcanzar «la gloria» y había entrado en un estado de desesperanza absoluto. Descolgué el teléfono con cierta desgana; era Isabel, una alumna satisfecha que preguntaba por mí y que venía acompañada de un octogenario que irradiaba bondad por todos los poros de su piel, su padre. Los senté a mi mesa e Isabel me comentó que el día anterior había estado en el neurólogo de visita con su papi, como decía ella, y que éste le había dicho de la importancia de que su padre ejercitara la mente pues tenía principios evidentes de demencia senil. Isabel, seguramente con buena voluntad pero pésimo acierto, había decidido matricularlo en la misma academia en la que ella estaba estudiando, un curso cuyo método implicaba pasarse largas horas delante de un ordenador que su padre no sabía utilizar y, por la expresión que adiviné en su rostro, tampoco tenía intención de hacerlo. Sin mediar muchas más palabras, Isabel puso encima de mi mesa todos los papeles que se necesitaban para llevar a cabo el proceso de matriculación así como su tarjeta Visa. Se hizo el silencio, ahí estaba mi objetivo, Dios me había venido a ver. Pero había un problema, y grave. Yo sabía perfectamente que ese curso no era para él, no era para nada lo que necesitaba. Isabel no era consciente de ello pero yo sí, plenamente. Una parte de mí quería coger la tarjeta y pasarla por el TPV pero la otra… gritaba devolvérsela y aconsejarle un centro de día apropiado para las verdaderas necesidades de su padre, que no las mías. ¿Qué hice? La pregunta es: ¿qué hubieras hecho tú? (sé sincero contigo mismo, no tengas miedo)

No te dejaré con la duda y te contaré como acabó la historia. La verdad es que me costó, no soy santo ni nunca tuve intención de serlo, pero finalmente eché mano de los valores inculcados por mis padres (gracias papá, gracias mamá) y decidí hacer lo correcto por encima de lo corrupto. Esa tarde me fui a casa con un sabor de boca agridulce pero te diré una cosa: gracias a días como ese hoy soy capaz de mirarme en el espejo y ver a la persona que siempre quise ser y el espejo… no engaña.

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2 Comentarios

  1. Pues ciertamente hiciste lo correcto.

    En ventas, no todo vale para cerrar una venta, ni todas las ventas son cerrables, por más que estemos cerca de alcanzar una meta.

    Gracias a Dios no he tenido la oportunidad de estar en una situación como la que describes porque todos mis cierres han sido, más o menos, con prospectos adecuados y en condiciones adecuadas.

    ¿Qué hubiera hecho yo? No lo sé… supongo que la edad y el criterio profesional tienen mucho que decir a la hora de tomar una decisión como esta.

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